La vida es...

La vida es un regalo divino, no un préstamo humano.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Vivir sin esperar, no desespera, sólo calma.


Me ha generado mucho dolor en la vida esperar por otros. ¿O acaso se puede vivir sin esperar nada de nadie, ni de nada?.  Supongo que estaré por adivinarlo.  Estar consciente duele, hasta cierto punto hace que la vida duela un poco.  Supongo que tal será el costo de tener los ojos abiertos, por lo demás, es sumamente agradable comprobar que nada de lo que creemos nos causaría dolor, si en realidad no dejamos que sea así.  Supongo que de eso se trata el libre albedrío, y como en todo, ha de tener sus pros y contras.  Ser libre implica no atarse a uno mismo, porque a través de uno mismo nos atamos a los demás.  Es algo de lo que he escrito muchísimas veces, es algo que no es propiedad intelectual mía, lo han dicho muchos sabios y filósofos de todas las épocas de la humanidad.  Sin embargo, experimentarlo en carne propia es tan doloroso y tan agradable a la vez, saber que la libertad, después de la vida, es el don más preciado que pudo obsequiarle Dios al hombre.  Y con esa libertad va el discernimiento, y con el discernimiento va el dolor de la separación.  Separarse de las cosas, de la gente, del mundo cuesta, pero a la vez uno es libre para poder ser…UNO MISMO.  Como criatura de Dios, como ser de la creación.  Pero cuesta.

Sí, hace poco descubrí, casi con todo mi ser, que varias personas cercanas me odiaban.  Aunque no entendía  por qué. Me hizo verlo un compañero de trabajo, cuando, en una reunión con la jefa del departamento, vomitó tanto rencor e ira hacia mí.  Pude rebatirlo, de hecho sus apreciaciones eran totalmente personales, subjetivas, nada laboral.  Pude deshacerlo en cadencia, vocabulario, técnicas de discusión y razón, pude reducirlo, destruirlo.  Sin embargo, al verlo quejarse de mí, no por lo que decía, ni cómo lo decía, vi en él otras tantas personas sufriendo del mismo veneno hacia mi persona.  Inclusive, en tiempos diferentes y lugares distantes entre sí, pude escucharlo textualmente, utilizar las mismas palabras que otros de mis frustrados enemigos del pasado.  De alguna manera sentí pena por él, por lo que sentía, de alguna manera agradecí que me hablara de esa forma y vomitara tanta ira contra mi persona.  De alguna manera supe que lo había estado dañando durante varios años.  Y pude haber pensado que se trataba de otro resentido más, de aquellos que se adhieren al camino de cualquier aventajado, para luego excretar odio, resentimiento, frustración y maldad.  Sin embargo, utilizó las mismas palabras de otros, que ni siquiera le conocían.  ¿Por qué tanta repetición de aquello en mi vida?...y pude verlo porque recién empiezo a estar despierto.  Entonces tuve que racionalizar su ira, y ayudarle a que terminara de verterla.  Lo seguí azuzando en mi contra, para que soltara el rencor.

A la gente no le gusta la verdad, la persona prefiere vivir engañada.  Todos quieren escuchar cosas que “le sepan” bien.  Y resulta que yo a veces soy tan bueno diciendo las verdades ajenas (repito, ajenas) que, es cierto, con el tiempo me he convertido en un ser odioso.  Odioso porque no hipócrita.  El hipócrita y el odioso (odioso por honesto) tienen algo en común, de una u otra forma se ven seriamente afectados por las realidades que les rodean y cada cual canaliza a su estilo.  El hipócrita eleva una máscara enorme para luego esconderse y  hablar mal tras ella.  El odioso sólo habla, habla e insiste en hablarles a todos,  lo doloroso de sus diferentes verdades. ¿Pero, será su verdad, la verdad de todos?  ¿Qué es mejor?.  No, no soy hipócrita, pero tal vez sí me he convertido en un ser odioso.  Y eso es tan cierto como la luz del amanecer, lo siento porque eventualmente yo me odio a mí mismo.  Aunque tal vez no a mí, sino a la frustración, a lo aplastante, a lo destructiva que se ha vuelto la sociedad humana, lo vacua, lo falsa, hedonista,  precisamente lo hipócrita, y mi persona también, como reflejo de todo lo que le rodea.  Sí, la gente ama a los hipócritas que por caer bien, dicen mentiras.  Sí, la gente odia a los odiosos, que caemos mal por decir verdad.   Y el mundo, la sociedad, los países son del mentiroso hipócrita bien hablado, o del honesto odioso mal hablado (todo sea según el tiempo y espacio que toque en aquella fracción de humanidad).   

Pero hay algo más, ¿Qué da el derecho al odioso de cantar verdades dolorosas, a diestra y siniestra?.  Nada.  Primero que todo, la verdad universal no existe, ni para el hipócrita, ni para el odioso. ¿Por qué?  Porque cada uno aprecia un sabor diferente de cada realidad, y cada cual la aprende al propio tiempo y destiempo.  Ni el odioso con su verdad, ni el hipócrita con su gustoso engaño, pueden cubrir la verdad de un ser en específico.  Porque la verdad se adapta a cada sabor, a cada individuo.  Atentar contra la diversidad de forma tal que se quiera establecer una verdad única para cada individuo, cual receta médica (que ni aún así, afectan todas por igual a todos los pacientes) es atentar contra la diversidad, es atentar contra la Creación, es atentar contra el Creador, es atentar contra la vida. Luego, ¿Podría yo quejarme de la suerte que recibo como resultado de mi accionar?.  ¿Podría entonces quejarse también el hipócrita, del fruto que le dan sus mentiras?.  No. No, porque forzamos la libre naturaleza del ser, de cada ser, a veces por sugerir mentiras, o a veces por imponer verdades.  En consecuencia, claro que nos dolerá la respuesta que cada cual tenga hacia nosotros.  Ya fuera por simple apego al mundo, o por simple Karma.

Queda mejor pues, ser prudente al opinar, y observador de las diversas naturalezas humanas, y principalmente de la propia.  Ni depender de la respuesta de cada cual, eliminar cualquier vínculo negativo o positivo que nos ate a cualquier persona o a cualquier cosa.  Ser libre tomando conciencia y responsabilidad de qué o quién nos afecta, poder elegir sobre nosotros mismos evitando ir contra natura en cada tiempo-espacio.  Y finalmente respetar el derecho de cada uno a ser o no ser, a equivocarse o acertar, a vencer o perder.  Porque cada cual tiene sus verdades, su ley, su vida y nosotros la nuestra muy particular.  En consecuencia, habremos de vivir tratando de entendernos aún más, cada día más a nosotros mismos, y simultáneamente tratando de no afectar a nadie más en la trascendencia de sus decisiones, opiniones, sentimientos o acciones.  Ser libre sabiendo cómo serlo, y respetando la libertad ajena, en base al principio de la universalidad.  Del Dios que vive en nosotros, y sobre el Dios en que vivimos. Siendo parte armoniosa de su Creación, no así co-dueños de la misma, tal y como nos ha hecho creer históricamente, el espíritu depredador humano.