Me ha generado mucho dolor en la vida esperar por otros. ¿O
acaso se puede vivir sin esperar nada de nadie, ni de nada?. Supongo que estaré por adivinarlo. Estar consciente duele, hasta cierto punto hace
que la vida duela un poco. Supongo que
tal será el costo de tener los ojos abiertos, por lo demás, es sumamente agradable
comprobar que nada de lo que creemos nos causaría dolor, si en realidad no
dejamos que sea así. Supongo que de eso
se trata el libre albedrío, y como en todo, ha de tener sus pros y contras. Ser libre implica no atarse a uno mismo,
porque a través de uno mismo nos atamos a los demás. Es algo de lo que he escrito muchísimas
veces, es algo que no es propiedad intelectual mía, lo han dicho muchos sabios
y filósofos de todas las épocas de la humanidad. Sin embargo, experimentarlo en carne propia
es tan doloroso y tan agradable a la vez, saber que la libertad, después de la
vida, es el don más preciado que pudo obsequiarle Dios al hombre. Y con esa libertad va el discernimiento, y
con el discernimiento va el dolor de la separación. Separarse de las cosas, de la gente, del
mundo cuesta, pero a la vez uno es libre para poder ser…UNO MISMO. Como criatura de Dios, como ser de la
creación. Pero cuesta.
Sí, hace poco descubrí, casi con todo mi ser, que varias
personas cercanas me odiaban. Aunque no
entendía por qué. Me hizo verlo un
compañero de trabajo, cuando, en una reunión con la jefa del departamento,
vomitó tanto rencor e ira hacia mí. Pude
rebatirlo, de hecho sus apreciaciones eran totalmente personales, subjetivas,
nada laboral. Pude deshacerlo en
cadencia, vocabulario, técnicas de discusión y razón, pude reducirlo,
destruirlo. Sin embargo, al verlo
quejarse de mí, no por lo que decía, ni cómo lo decía, vi en él otras tantas
personas sufriendo del mismo veneno hacia mi persona. Inclusive, en tiempos diferentes y lugares
distantes entre sí, pude escucharlo textualmente, utilizar las mismas palabras
que otros de mis frustrados enemigos del pasado. De alguna manera sentí pena por él, por lo
que sentía, de alguna manera agradecí que me hablara de esa forma y vomitara
tanta ira contra mi persona. De alguna
manera supe que lo había estado dañando durante varios años. Y pude haber pensado que se trataba de otro
resentido más, de aquellos que se adhieren al camino de cualquier aventajado,
para luego excretar odio, resentimiento, frustración y maldad. Sin embargo, utilizó las mismas palabras de
otros, que ni siquiera le conocían. ¿Por
qué tanta repetición de aquello en mi vida?...y pude verlo porque recién
empiezo a estar despierto. Entonces tuve
que racionalizar su ira, y ayudarle a que terminara de verterla. Lo seguí azuzando en mi contra, para que
soltara el rencor.
A la gente no le gusta la verdad, la persona prefiere vivir
engañada. Todos quieren escuchar cosas
que “le sepan” bien. Y resulta que yo a
veces soy tan bueno diciendo las verdades ajenas (repito, ajenas) que, es
cierto, con el tiempo me he convertido en un ser odioso. Odioso porque no hipócrita. El hipócrita y el odioso (odioso por honesto)
tienen algo en común, de una u otra forma se ven seriamente afectados por las
realidades que les rodean y cada cual canaliza a su estilo. El hipócrita eleva una máscara enorme para
luego esconderse y hablar mal tras ella. El odioso sólo habla, habla e insiste en hablarles
a todos, lo doloroso de sus diferentes
verdades. ¿Pero, será su verdad, la verdad de todos? ¿Qué es mejor?. No, no soy hipócrita, pero tal vez sí me he
convertido en un ser odioso. Y eso es
tan cierto como la luz del amanecer, lo siento porque eventualmente yo me odio
a mí mismo. Aunque tal vez no a mí, sino
a la frustración, a lo aplastante, a lo destructiva que se ha vuelto la
sociedad humana, lo vacua, lo falsa, hedonista, precisamente lo hipócrita, y mi persona
también, como reflejo de todo lo que le rodea.
Sí, la gente ama a los hipócritas que por caer bien, dicen
mentiras. Sí, la gente odia a los
odiosos, que caemos mal por decir verdad.
Y el mundo, la sociedad, los
países son del mentiroso hipócrita bien hablado, o del honesto odioso mal
hablado (todo sea según el tiempo y espacio que toque en aquella fracción de
humanidad).
Pero hay algo más, ¿Qué da el derecho al odioso de cantar
verdades dolorosas, a diestra y siniestra?.
Nada. Primero que todo, la verdad
universal no existe, ni para el hipócrita, ni para el odioso. ¿Por qué? Porque cada uno aprecia un sabor diferente de
cada realidad, y cada cual la aprende al propio tiempo y destiempo. Ni el odioso con su verdad, ni el hipócrita
con su gustoso engaño, pueden cubrir la verdad de un ser en específico. Porque la verdad se adapta a cada sabor, a
cada individuo. Atentar contra la
diversidad de forma tal que se quiera establecer una verdad única para cada
individuo, cual receta médica (que ni aún así, afectan todas por igual a todos
los pacientes) es atentar contra la diversidad, es atentar contra la Creación,
es atentar contra el Creador, es atentar contra la vida. Luego, ¿Podría yo
quejarme de la suerte que recibo como resultado de mi accionar?. ¿Podría entonces quejarse también el
hipócrita, del fruto que le dan sus mentiras?.
No. No, porque forzamos la libre naturaleza del ser, de cada ser, a
veces por sugerir mentiras, o a veces por imponer verdades. En consecuencia, claro que nos dolerá la
respuesta que cada cual tenga hacia nosotros.
Ya fuera por simple apego al mundo, o por simple Karma.
Queda mejor pues, ser prudente al opinar, y observador de las diversas
naturalezas humanas, y principalmente de la propia. Ni depender de la respuesta de cada cual,
eliminar cualquier vínculo negativo o positivo que nos ate a cualquier persona
o a cualquier cosa. Ser libre tomando
conciencia y responsabilidad de qué o quién nos afecta, poder elegir sobre
nosotros mismos evitando ir contra natura en cada tiempo-espacio. Y finalmente respetar el derecho de cada uno
a ser o no ser, a equivocarse o acertar, a vencer o perder. Porque cada cual tiene sus verdades, su ley,
su vida y nosotros la nuestra muy particular.
En consecuencia, habremos de vivir tratando de entendernos aún más, cada
día más a nosotros mismos, y simultáneamente tratando de no afectar a nadie más
en la trascendencia de sus decisiones, opiniones, sentimientos o acciones. Ser libre sabiendo cómo serlo, y respetando
la libertad ajena, en base al principio de la universalidad. Del Dios que vive en nosotros, y sobre el
Dios en que vivimos. Siendo parte
armoniosa de su Creación, no así co-dueños de la misma, tal y como nos
ha hecho creer históricamente, el espíritu depredador humano.