La vida es...

La vida es un regalo divino, no un préstamo humano.

lunes, 16 de enero de 2012

Cuando nacen los eruditos y mueren los sabios

Yo he tenido una comunicación con Dios, desde que tengo uso de razón, de carácter vital e inmediato (que sepa, no soy esquizofrénico ni nada por el estilo).  No sólo lo he contactado para solicitarle favores, sino también para solicitarle vida, fuerza, de TODO.  Trato de no pedirle dinero ni cosas materiales, como si Dios fuera el genio de la botella, un mandadero, una financiera o algo por el estilo.  No, mi concepto del Creador  trasciende dicha intención.  Tanto así, que de no haber tenido esa comunicación a la que me refiero (su respuesta inmediata) me hubiera ahorcado en la adolescencia, dado que  mi sola mente me abruma y no pocas veces.  Para mí Dios es real, vive hasta en los “NO” que me da la vida.  Lo he sentido vivo y activo tanto en las alegrías, como en pleno dolor.  En lo simple, desde conseguir estacionamiento, hasta en lo crucial (la muerte de seres queridos) 

Ahora bien, tampoco lo concibo como lo plantean las religiones.  Muchas de las cuales han prostituido su concepto.  Desde semejante punto, yo podría parecer ateo.  Existe cierto misticismo a través del cual, uno como humano, puede acceder a Dios.  Sólo es cosa de sentirlo vivo,  muy aparte de la comprobación, el  razonamiento y  la ciencia.  Para mí es difícil hablar de esa forma, porque cada vez que lo hago,  tengo que sustentar lo que digo e inmediatamente ocurre algo que me pone a prueba.  La fe es más personal que la ropa interior de cada individuo.  Aunque uno la lleva puesta, nadie más tiene que conocerla.  Por eso no le predico a nadie, porque es difícil tener fe y aceptar lo innegable, aunque suene demasiado sencillo de hacer.  Yo no creo en letra muerta, ni en oraciones repetitivas, ni en un cuadro o dibujo o imagen.  Pero sí creo que hay algo junto a mí, en todo lo que hago, que siempre me lleva (y siempre me ha llevado) por el mejor de los caminos.  Cuando era muy chico, una vez desperté y vi a un sujeto sentado en el borde de mi cama, envuelto en una túnica blanca, básicamente en posición fetal.  Sentado medía dos metros y medio, aproximadamente. Era enorme, pero no hacía ni decía nada, sólo estaba sentado allí, al lado mío.  Me asusté tanto cuando lo vi, que cerré los ojos y los abrí tres veces, me pellizqué para saber si dormía, e igual continuaba viéndolo.  A la cuarta vez ya no estaba.  De igual forma, aunque parezca tonto o inventado, recuerdo perfectamente una tremenda oscuridad y yo despertando a ella, diciéndome a mí mismo con voz de adulto: “Aquí estás de nuevo, vamos a ver qué hacemos mejor ahora”.  También recuerdo las voces de mis padres, desde la penumbra del vientre de mi madre.  Mi vida ha estado rodeada de tanto misticismo, que negarlo sería tremenda estupidez.  Pero tampoco aseveraría que jamás pudo ser de otra forma.

A mi parecer no todo es carne y sentidos, hay un espíritu y vive sobre la carne, sobre la mente.  Lo digo porque lo he vivido, lo he sentido.  Y esa parte mía es la que toca a Dios, y me hace entender sus respuestas, su silencio, su negación y su Gracia, en todo caso siempre mejor para mi vida.  No es cosa de sacerdotes, monjas, gurús, maestros, predicadores o lo que sea, es cosa de vida, de práctica, de uno mismo.  ¿Podemos entender a Dios?, NO.  Y no es cosa de ignorancia o falta de evolución, o capacidad limitada de razonamiento, es simplemente el HECHO QUE NOS MANTIENE VIVOS.  En alguna parte nuestra lo vivimos, nos integramos a Él.  Pero no podemos comprenderlo, por lo menos no dentro de la abstracción existencial que llamamos individuo o conciencia.  Dios no se entiende conscientemente, sino integralmente, siendo parte de Él.  Dios no se entiende, sólo se siente, se vive.  Nos arrancan de Él cada vez que nacemos, es decir: Morimos al “todo” y nacemos al “algo”.  Pero toda la vida se trata de regresar a Él.  Tal vez esa sea la esencia del conflicto y dolor en la vida humana, rechazar nuestra naturaleza divina, nuestra esencia vital, nuestra parte del todo.   Vivir a Dios, tan sólo se trata de integrarse a su creación, desde una hormiga, pasando por las piedras, plantas, animales, enemigos, seres queridos y resto humano.  Integrándome a él, o tratando de hacerlo en los sueños y en la vigilia mediante el pensamiento.  

El razonamiento es una cuestión meramente humana, no así divina.  La única razón de ser de nuestro razonamiento, es “ser” para integrarnos vital y conscientemente a TODA la creación.  Lo que nosotros llamamos “nuestra realidad”, no es más que la virtualización del TODO (Dios y su Creación) personalizada a nosotros mismos, como protagonistas cada uno de su propia vida.  Esta abstracción de TODO (la creación) y su posterior integración al UNO (nosotros mismos) sólo se logra a través del pensamiento.  Pero la utilizamos exactamente para lo contrario, separarnos de Dios y su creación.  E inclusive, en el intento de “entender a Dios”, menos lo experimentamos, porque más queremos pensarlo y en el evento, menos lo vivimos.  El asunto parece tan simple, como solamente VIVIRLO a través de su Creación, uniéndonos a ella mediante el pensamiento.  Como el lunar que de pronto nos aparece en la mano.  La mano es Dios, nosotros el Lunar.  El lunar puede que no conciba a la mano (como nosotros podríamos no concebir a Dios) porque está INMERSO en ella (porque vivimos inmersos en Él)  Puede que el lunar llegase a “negar” a la mano (como nosotros a Dios) puede que no la vea (como nosotros no vemos a Dios) puede que no la entienda (como nosotros no entendemos a Dios) pero nada de eso cambia el hecho de que el lunar está INMERSO en la mano (y nosotros en Dios)  Sin embargo, si yo tomo una aguja y pincho al Lunar, de seguro que ambos, Lunar y mano (individuo y Dios) lo sentirán.  Dios nos siente, aunque nosotros no lo entendamos, y nosotros podemos vivirlo sin necesidad de entenderlo.  Porque, de una u otra forma, somos parte suya, querámoslo o no.

Dios es tan grande que todas las religiones y el razonamiento humano junto es demasiado pequeño, para si quiera aspirar a entenderlo.  Así que, reducirlo a una dote neuronal sobre nutrida, es minimizarlo a nuestras proporciones.  Ahora, mucho peor resulta negarlo.  ¿Por qué negar lo que no entendemos?  Lo cual no implica que corramos a “creer en la magia y la superchería”.  La magia y la superchería, no son más que vanos y patéticos intentos humanos de  ser como Dios.  Si pudiéramos vivirlo a través de su creación, no necesitaríamos entenderlo o intentar ser como Él, porque sabríamos que definitivamente Él es nosotros, y nosotros somos Él.  Todo eso ocurre por  nuestra incapacidad de vivir a Dios, o de no poder vivir en Él.  En ese momento nacen los eruditos y mueren los sabios.  Así es cómo se enriquecen los falsos profetas, fariseos y brujos, de la frustración humana al tratar de entender, o de ser lo que lo sostiene.  No así de “ser en” lo que lo que lo sostiene, o vivir dentro de lo que lo sostiene.  NO SOMOS Dios, somos parte de Él, y ya con eso es suficiente.  


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