La vida es...

La vida es un regalo divino, no un préstamo humano.

sábado, 4 de junio de 2011

Apego, lucha, resignación y seguir (25 de Enero de 2010)

Me causa un poco de dolor y consternación, tener que escribir sobre este tema.  Lo digo porque, de hecho me cuesta no sólo hablar, sino actuar al respecto.  Casi siempre trato de escribir como pienso y siento, pero a veces es difícil, sobre todo cuando son temas que me comprometen tanto y aún más allá de la mera especulación teórica.  No nací siendo de ese modo, pero la vida me ha impuesto esta clase de norma inmediata… de tener que sustentar cada cosa que digo, más aún aquellas que nacen al reverso de mi consciente, es decir, sobre el arraigo de mi propio individuo. Sí, la vida me cobra de una vez, cada cosa que digo y hago, por eso temo hablar de algunos temas.  Pero, por otra parte, igual tengo que hacerlo.  No así le temo tanto al hombre, sino al destino, a Dios.  Así que, inicio este escrito poniendo en SUS manos cada cosa que diga, dejando en sus manos la vida mía y de mis seres queridos.
Hay que entender que nada en la vida del humano le pertenece, mucho menos la vida y el devenir de sus seres queridos, no queridos, e inclusive, iniciando con su propia vida.  Esto va, desde tener que soportar una enfermedad terminal, la muerte de un ser querido, el libre albedrío, la libertad de expresión, la libertad de ser, la libertad de escoger e inclusive la diversidad del planeta.  La mayoría de los problemas del ser humano salen de una u otra forma, en negarse a los hechos y tener que vivir.  Digo, por ejemplo, el hecho de que vamos a morir, es algo innegable.  En varios aspectos de la vida humana, eventualmente sería más fácil saltar a un vacío que vivir sabiendo que vamos a morir, y tener que aceptar la misma muerte como un proceso totalmente natural.  Aceptar la muerte propia, la posibilidad y certeza de tener que morir en un momento dado u otro, es una realidad tan natural como aplastante para todos los que nos llamamos seres vivientes. ¿Qué hacemos para sobrellevar esta realidad, que visto desde ese punto, puede resultarnos tan nociva como precozmente letal? Pues, vivir cada día como si fuéramos a vivir eternamente.  Pero esto no cambia los hechos, parafraseando al  autor, por decirlo de una forma: “La insoportable levedad de la finitud” El ser humano no concibe la idea de terminar convirtiéndose en un cúmulo alimenticio para los humanos.  Esto se debe, más que nada, al apego material en que vivimos sumidos.  Y claro está, a todo aquel que niegue la existencia más allá de la sangre, los huesos y la carne.  Al que no, es otra historia…que no es tema de este escrito.  Luego, qué hace este individuo ante su desesperación, pues, inventar cosas, inclusive inventan religiones cuyas formas lo satisfagan, aún así, negando la real y verdadera individualidad, religiones y formas, e inclusive inventa dioses falsos que le prometan alguna forma de eternidad consciente e inconsciente.  Todo sea, por no tener que afrontar su propia espiritualidad, y el hecho de tener que morir en un momento determinado, soltar el cuerpo.  Esto es lo que algunos entendidos llaman APEGO.
Y el humano se apega a todo, TODO.  Pienso que el verdadero sentido de la vida, es precisamente, no desarrollar apego.  Digo, ¿Cómo desarrollar apego, cuando efectivamente se entiende que todo lo que tenemos NO ES NUESTRO.  Es, totalmente prestado?  Y con lo de ser prestado, también viene el asunto de ser igualmente pasajero, de la propia vida en adelante.  El apego, básicamente es un anclaje, algo que nos impide fluir, seguir, vivir, avanzar.  El apego a las cosas buenas, o malas, sin caer en la eterna discusión de qué es lo bueno y qué es lo malo, dado que, apartando lo que vaya en contra a la supervivencia humana, y la libertad del ser, el concepto “bueno o malo” es totalmente subjetivo y meramente circunstancial, viéndolo en la óptica real de los acontecimientos.  El apego a nosotros mismos, nos hace resentir todo lo que otros nos hacen, dicen, sienten o piensan de uno mismo.  El apego nos hace volvernos payasos del resto, esclavo de nosotros mismos incluso.  El apego a nosotros mismos nos hace ser intolerantes, impositivos y posesivos, atentar contra el libre albedrío, la libertad de ser, pensar, sentir o decir, y finalmente nos hace atentar contra la vida misma, propia o ajena.  Es decir, si yo no estuviera tan apegado a mí mismo, el hecho de que otro diga que “no le agrado, o que soy estúpido o insuficiente” me resultaría irrelevante.  No es por sonar apático o conformista para con la vida, es simplemente reconocer que todo alrededor nuestro fluye, que nosotros debemos fluir con ese todo, y no así hacer que dicho todo fluya con nosotros, o como queremos que fluya.  Pero, ¿Cómo percibir lo que fluye alrededor nuestro, si en primera instancia estamos viendo sólo lo que nos afecta (pensado, dicho, sentido o hecho)? El individuo que piense demasiado en sí mismo, es incapaz de ver lo que pasa alrededor suyo, y eventualmente termina atentando contra su propio ser, porque desconoce lo que le rodea, cuestión que hasta cierto punto, puede ponerlo en peligro, a él, o a varias personas, dependiendo del nivel de autoridad que tenga dicho individuo.
Yo como padre de familia, no sólo tengo que velar por mi comodidad, sino por la comodidad de mi familia.   De lo contrario, no hubiera asumido el rol de tener familia.  De igual forma, un jefe de área debe no sólo velar por sí mismo, sino por todos los del área que representa.  Peor aún un mandatario, debe velar por todos los que viven en el país, buenos o malos, me afecten a bien o me afecten a mal.  Esto es innegable, ineludible e intrínseco al rol de ser  AUTORIDAD  ¿Pero cómo velar por el resto, si sólo velo por mí mismo, o lo que me afecta a bien o mal?  Y todo esto, es una variante racionalizada del apego, el apego a uno mismo, a nuestras debilidades y concupiscencia eventualmente.  Lo que sí no cambia por nada ni para nada, es la responsabilidad, según cada nivel de autoridad.  La responsabilidad de nuestros actos es algo tan universal y natural como la libertad de actuar, de cada individuo.  Aunque las leyes nos absuelvan, los dueños nos perdonen, la mujer no nos bote de la casa, el destino nos cobra a todos y cada uno de nosotros, la responsabilidad sobre toda y cada una de nuestras acciones.  De esa “purga”, de esa penitencia que nos pone el destino, frente a algo que hicimos o dejamos de hacer indebidamente, nace algo que rompe el apego a nosotros mismos, mediante el sufrimiento. Luego, para saber qué es LO DEBIDO en un momento u otro, es necesario estar consciente de lo que pasa alrededor de nosotros mismos, más allá de nuestro ombligo o la punta de nuestros zapatos, de lo contrario, el destino, por efecto de la responsabilidad de todos y cada uno de nuestros actos, nos hará verlo, rompiendo el desapego a nosotros mismos, con DOLOR. ¿Pero por qué dolor?  Tan sencillo es, como que cada cosa tiene un sitio adecuado en LO QUE ES, si esa cosa niega ocupar su sitio, o se sale de sitio, pues, algo hará que regrese a ser lo que debió haber sido inicialmente, que regrese a su sitio.  Es como quien diría, un problema de ubicación, el ser humano, frecuentemente no sabe dónde, ni cómo ubicarse.
Es sumamente importante que el individuo se ubique en tiempo y espacio para con lo que le rodea, deje de cegarse consigo mismo, aprenda a ver lo que/los que le rodea/n, y luego aprenda a fluir según (y con) lo que le rodea.  Esto no impedirá el sufrimiento, el sufrimiento seguirá estando a medida que no hagamos lo que tengamos que hacer, y/o se corrija lo que hicimos.  Dios es básicamente lo que fluye, y nosotros tenemos que aprender a fluir según Él mismo, no según nosotros.  Y Dios no está en lo que diga alguien, DIOS ESTÁ EN TODOS LADOS.  Lo único es que hay que aprender a reconocerlo en todas partes (no a entenderlo) sólo reconocerlo en las lágrimas propias, en el sufrimiento ajeno, en el amor a la vida propia, y en el respeto a la ajena.  Me parece que es hora de que la humanidad aprenda, encare el hecho de que Dios a veces no es lo que queremos que sea, porque, sin invertir el orden jerárquico aquí, Él debe ir/ser primero, y de hecho así es, de allí tanto dolor (no podemos ir en su contra, aunque el entendimiento propio resulte insuficiente)  Es un proceso de madurez, sumamente doloroso a veces, tener que aceptar SU existencia, y nuestra única y real dependencia, la única que debe existir, es la dependencia a Dios, apego a Dios.  Las cosas no van a cambiar porque nosotros no queramos aceptarlas, el mundo no va a cambiar porque nosotros no lo queramos como es, Dios no va dejar de existir aunque la humanidad lo niegue, en caso tal, primero dejaría de existir la humanidad misma.  Ese es el punto, un asunto de supervivencia humana, tener que abrir los ojos, saber que somos parte de un TODO, y reconocer humildemente que el Todo no somos nosotros.  Aceptar los hechos como vengan y pedirle a Dios que nos ayude entender lo que va pasando, solicitar que se cambien (si es debido), cambiar lo que podamos cambiar,  y pasar junto a lo que va pasando.   
 

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