La vida es...

La vida es un regalo divino, no un préstamo humano.

sábado, 4 de junio de 2011

¿Y mientras tanto, qué hacemos con el dolor? (20 de Marzo de 2011)

El dolor es una alerta, un aviso de que algo no anda bien y debemos corregirlo.  En tal caso el dolor no puede ser considerado “malo”,  pero en exceso se vuelve dañino y establece que la persona no está siendo consciente u honesta consigo misma.  He descubierto recientemente que hay personas que se vuelven adictas a este tipo de sensación, ya sea porque la imparten, o porque la reciben de manera obsesiva y no pocas veces inconsciente, incorporándola a sus hábitos vitales.  Así las cosas, de un mecanismo primitivo de defensa o corrección, el dolor puede convertirse en un mecanismo ofensivo recurrente. 

Hace poco he venido entendiendo que aquel que da dolor, de alguna forma termina recibiéndolo.  Así como uno está vinculado a todas sus acciones y es responsable del efecto que genere a través de ellas, así mismo estamos vinculados directamente al dolor que impartimos y somos responsables del mismo.  Otra cosa es que estemos conscientes de ello, dado que hay un grupo grande de personas que, para evitar la responsabilidad del dolor que imparten, se evaden o reparten más dolor cuando están dolidos.  Es como tratar de salir de una carretera totalmente circular, tirándose del auto o acelerando.  Lo único que conseguimos es aumentar el dolor (hacia nosotros mismos o hacia los demás), frustración y desesperanza (favor ver mi escrito, la rueda del Hámster)    
Para poder combatir el dolor es necesario ser honesto con uno mismo, reconocer qué tan profundo y devastador fue el daño, luego PENSAR (NO actuar)  ¿Hasta qué punto le permitimos al resto de las personas dañarnos?  Evaluar, desde una lógica completamente objetiva, si devolver el dolor nos quitará sus efectos de encima.  Pienso que de algo ayuda entender o, mejor dicho, reconocer al dolor como un proceso completamente natural y de aprendizaje.  Definitivamente que dejárnoslo dentro, o fingir que no existe, no soluciona el problema.  Así he visto muchas personas, que son un perfecto almacenamiento de dolor, de una u otra forma, se acostumbran a almacenar dolor.  El problema es que el dolor, como decía, es una alerta, algo que fue diseñado para avisar y corregir, NO para que lo anidemos o lo propaguemos.  Es una alerta, una alerta para con uno mismo, en la mayoría de los casos.  Entender al dolor es algo que parecerá incongruente y necio.  Dicho entendimiento puede ser rápido o demorado, según la naturaleza del dolor recibido (Referirse a mi artículo “Lo que nos enseña el dolor”)

A veces tenemos que sufrir cosas inhumanas, tan ilógicas que uno se pregunta ¿De qué vale sufrirlas?  Es más, existen dolores tan profundos (de imposición casi dogmática, por decirlo de cualquier forma) que nos llevan a cuestionar la justicia divina o la existencia de Dios.  Dolores que destruyen al individuo y atentan contra la naturaleza humana.  Yo, Víctor Paz, jamás podré tener respuesta para tales casos.  Me aterra hablar de ellos, aunque bien pudiera sentarme a especular mucho tiempo.  En determinados momentos de mi vida he sufrido situaciones tan dolorosas que jamás quisiera volver a vivir, pero nada quita que pueda sufrir otras peorres.  Ese tipo de dolor no es materia de este artículo, definitivamente, dado que sus proporciones invalidan cualquiera de mis argumentaciones al respecto.

Me refiero al dolor silvestre, al dolor acumulativo, al dolor que vivimos proporcionándonos los unos a los otros, aquel que parece inofensivo, que envenena y mata a largo plazo.  Aquel dolor que de tanto acumularse en un individuo, daña su corazón, crea guerras y contamina planetas.  Aquel dolor que podemos racionalizar, aquel dolor que confundimos a diario con “un estilo de vida”.  El peor vicio de la humanidad no es el cigarrillo, ni el alcohol, ni el sexo, el peor vicio de la humanidad es el dolor.  Recientemente he podido descubrir que respondo agresivamente, durante situaciones  de mediano a alto impacto.  Me avergüenza reconocer que he vivido un gran tramo de la vida, dejando que los demás me lleven y traigan halado de mis propias emociones.  No llego a la sabiduría proclamada por Cristo y Sócrates en cuanto a asimilar el dolor sin devolverlo, pero digamos que empiezo a entender el concepto.  El asunto de la afectación del dolor, va en función a qué tanto estemos vinculados a la fuente que lo genera.  Es increíble pero el dolor se debe al apego y genera apego, por las cosas y las personas.  Uno cree que devolver dolor, a veces en defensa propia, es válido.  Una cosa es defenderse y otra cosa atacar, pienso que las diferencia claramente la disposición racional del afectado.  Por lo general pensamos que el amor o el cariño son emociones que nos unen a los demás.  Me costó entender que el dolor y el odio también vincula y nos condicionan a los demás (Favor ver mi escrito “Introspección de la rabia”)

El dolor es una alerta que hay que entender en primera instancia (siempre que la situación lo permita)  Primero, determinar el nivel de afectación mediante algún proceso de introspección.  Luego, frenar el detonante, impulso o reflejo de devolverlo inmediatamente.  Determinar  el nivel de afectación y frenar el impulso de vuelta, nos ayudará a entender cómo tratarlo.  Fingir que no existe o preservarlo (dentro de uno mismo, o hacia los demás) suele agravar la situación.  Lo ideal es solucionar el problema que lo generó, ya sea modificando nuestro proceder, o desapegarnos a la situación o personas que lo generaron.  A veces no está a nuestro haber solucionar un problema que genera dolor. En dicho caso,  hay que dejar la situación en manos de Dios, pedir mucha claridad para la persona que imparte el dolor, y mucha fuerza para uno mismo (y paciencia para con los demás) Una vez “resuelto el dolor” habrá que almacenarlo en memoria, como recuerdo de algo aprendido (evitando reavivar emociones retrógradas)  Viene a bien comparar el tratamiento del dolor, con la exposición a determinado componente radiactivo.  Primero hay que determinar el nivel de radiación (recuento de daños internos), uniformarse para poder manipularlo (aislarlo de nuestras emociones, en lugar de devolver el dolor, racionalizar cómo eliminarlo) y luego eliminarlo (desecharlo, o utilizarlo a favor si se está en capacidad)   Para asimilar el impacto inicial de quien nos ha causado dolor, es importante ver detrás de dicho ataque y tratar de ver atrás de quien nos ataca.  Muchas veces, las personas están tan repletas de dolor y de ignorancia para consigo mismas, que transmitirlo se les convierte en un asunto de supervivencia.  Son personas más dañadas que uno, que requieren de mucho soporte, pero que, por algún problema de comunicación (ver mi artículo, “El lado sublime de la comunicación”) no saben cómo solicitar ayuda.  No pocas veces las agresiones esconden tras sí, desesperados gritos de “AUXILIO” (sólo hay que analizar a la persona y su contexto)  Pero también debemos entender que eventualmente,  a ese tipo de personas sólo las puede ayudar Dios, en consecuencia, hay que pedir mucho por ellas.  Creo que tal vez de eso se trate lo de “presentar la otra mejilla”.

Es muy importante entender que ligarnos al dolor (ya sea conservándolo o propagándolo) nos vincula a él mismo en su estado actual o amplificado.  Evadirlo, hará topárnoslo a futuro en peores condiciones.  Ayuda muchísimo entender, o respetar el libre albedrío ajeno, y tomarlo como norma en el plano mental y emocional.  Respetar la libertad de las personas a pensar y sentir lo que quieran, inclusive y principalmente, para con uno mismo, sin necesidad de correr a sentirnos lastimados o lastimar a nadie por ello.   Es decir, respetar el derecho a las personas a considerarnos perfectos imbéciles, y a no querer estar con nosotros, sin que eso implique insultarles o dañarles de una u otra forma.  Las demás personas no tienen por qué pensar acorde a mí (sin que eso implique que sean estúpidos o tarados) las demás personas no tienen que quererme (sin que eso implique que me odien, o que yo tenga que odiarlas o dañarlas) las demás personas no tienen que actuar como actúo yo (ni mucho menos a favor mío).  En pocas palabras, no esperar NADA DE NADIE, ni de NADA.  Vivir la vida por el simple derecho a vivirla, y bajo la responsabilidad que implica vivirla,  percibiendo el presente tal cual, amando la vida no en función de los demás (ni de sus cosas buenas, ni de sus cosas malas) sino en función de uno mismo y en función de la vida misma (la vida sola es bonita, nadie tiene que hacérnosla bonita)  Ya después habrá un tremendo tiempo para querer al resto, ya después estaremos en capacidad de querer a los demás, si podemos, si estamos en capacidad de aceptar que ellos no tienen que querernos, ni pensar como nosotros, ni actuar como nosotros (y gracias a Dios, nosotros tampoco como ellos)  Sólo entonces podremos querer sin que nos quieran y dar sin recibir, y dar sin mirar a quien. 

Así las cosas, la vida, nuestra vida será totalmente nuestra y no de los demás.  Sólo siendo responsables de nosotros mismos podremos amarnos a nosotros mismos (no a nuestra concupiscencia, defectos ni debilidades) y a los demás.  Porque el hombre debe ser (existir) primero en función a sí mismo y a Dios.  Luego vivirá con los demás, sin esperar nada a cambio.  Es más fácil conocer al mundo conociéndose a uno mismo, que conocerse a uno mismo conociendo primero al mundo.  De esta responsabilidad para con uno mismo, nace la responsabilidad hacia los demás, porque inevitablemente terminaremos entendiendo que cada acción nuestra, tiene repercusión en nosotros mismos y en los demás, incluyendo aquellas que generan dolor. 

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