La vida es...

La vida es un regalo divino, no un préstamo humano.

sábado, 4 de junio de 2011

Fluir según, y a través de SU ser (22 de Abril de 2011)

¿Cuándo renunciar es un acto de cobardía, supervivencia o sacrificio?  Esta es una duda que vuelve a mi cabeza en cada situación ¿Insistir o claudicar?  Quisiera tener el discernimiento necesario para discriminar en qué momento la insistencia se vuelve masoquismo, o en qué momento estoy desistiendo prematuramente.  De cualquier forma, en ambos casos desarrollo alguna forma de culpa.  Cada “cosa” en la vida, existe según lo que le ha costado ser.  Es decir, todos nosotros hemos “pagado” por nuestra situación/condición actual, mediante acciones u omisiones.  Así también ocurre con TODO lo que existe, según los acontecimientos del medio y de quiénes le rodean. Por ejemplo, si yo voy a comprar una silla, tendré que pagar proporcionalmente por el árbol del cual se extrajo, el taller que la confeccionó, el salario de quienes la armaron, el transporte, el centro de distribución etc.  Cada ente existente, tiene un valor proporcional al costo de ser en un momento determinado.  Por lo general, el esfuerzo que ejercemos al obtenerlo, también es proporcional al valor de su ser en dicho instante.  En consecuencia nada es gratis, todo cuesta.
 
Cuando nos enamoramos de algo (alguien) nos creemos merecedores de ello, ¿Pero es así?  ¿Somos conscientes de realmente poder pagar por ello?  A veces no es así pero insistimos, al insistir estamos empezando a pagar el costo de tenerlo.  Dicho costo a veces nos lleva a sacrificar algunas cosas (como quien empeña algo para obtener otra cosa) Eventualmente “las cosas” de las que nos enamoramos no han sido hechas para nosotros, pero igual las queremos.  Luego pasamos por un proceso de transformación (que pudiera resultarnos traumático o no) hasta obtenerlas.  Este proceso hace que “algo” en determinado lugar, pase a nosotros “porque así lo hemos querido” Nuestro deseo por tener el “algo” en cuestión, destruye el orden del que formó parte ese “algo” en su estado anterior.  Al obtenerlo, dicho orden debe ser restablecido tanto del lado original (de dicho “algo”) como del lado nuestro. Esa es parte del costo que pagamos, restablecer el orden natural de los acontecimientos, vulnerado por nuestros deseos (que nos cobra el destino, la naturaleza o la suerte, como quieran llamarlo)   Por eso a veces no entendemos por qué pequeñas cosas (en apariencia) involucran tanto sacrificio.  Cito al hombre/mujer que destruye su matrimonio, por tener una mujer/hombre que no le corresponde.  Básicamente alteramos una realidad y tenemos que pagar por reestablecer otra,  la nueva realidad.  Por eso repito la pregunta: ¿Hasta qué punto sabemos lo que nos costará algo? O dicho de otro modo: ¿Hasta qué punto insistir en algo?  No es una cuestión de “pecado y castigo” como lo han pintado las religiones, más bien es un tema de sentido común, del reestablecimiento de un orden roto (reestablecer el equilibrio existencial, así fuere cambiando de formas)
 
¿Cuándo renunciar es un acto de sacrificio (porque es lo que debe ser) y no así un acto de cobardía?  Primero que todo hay que estar consciente de que “la cosa” vale la pena el empeño.  Como decía, muchas veces desconocemos cuando sí y cuando no, hasta que de pronto quedamos enredados en el asunto. Es como un mal préstamo, como la letra menuda en los contratos, sencillamente NO LA LEEMOS antes de firmar porque NO QUEREMOS leerla (embelezamos de aquello)  Muchas veces no estamos mental, ni espiritual, ni física, ni emocionalmente preparados.  ¿Pero cómo estarlo, cómo saber cuándo sí y cuándo no, cuándo insistir y cuándo claudicar?  En escritos anteriores he establecido que Dios conforma las cosas que existen, las que dejaron de existir y las que existirán.  El orden detrás del orden, la voluntad inicial es Dios.  Comúnmente ocurre que en un momento de confusión perdemos la perspectiva  o la singularidad del orden establecido, de lo que debe ser, o al contrario, nos encerramos en una rutina haciendo lo que consideramos “debe ser” hasta morirnos de inanición.  Ya sea por emociones, razonamiento limitado, falta de carácter, religiosidad, temor, moralidad, debilidad o vicio, desconocemos cuál es el deber ser de cada cosa.  A este punto, antes de proceder a “enamorarnos de algo” es preciso pedirle a Dios que nos muestre el camino.  Ahora bien, si ya hemos procedido y la cosa parece más difícil de lo que pensábamos,  de igual forma es preciso pedirle a Dios claridad sobre seguir insistiendo o claudicar.  En resumidas cuentas, sea cual fuere la situación, antes o después de “consumado el hecho” es justo y necesario dejar la situación en manos de Dios.  Ahora bien, ¿Dónde entra lo del sacrificio?  Será que sacrificar algo implica “dejarlo porque sí”, porque nos lo dicen nuestros preceptos morales, el sacerdote, el pastor, la televisión, el político, el D. J., la maestra, el vecino, una hermana o un papá.  ¿Tendrán entes externos a nuestra vida, la capacidad de decidir sobre ella?  Pues yo creo que no, la decisión es nuestra, la orientación de Dios.  ¿Pero cuándo renunciar nos da algo mejor a lo que cedimos en primera instancia?  Algunas culturas le han dado el término histórico de “sacrificio” a la acción producida del discernimiento, a través de la cual cedemos algo a lo que estamos apegados, esperando a cambio un bien mayor.  Los antiguos sacrificaban niños y vírgenes, para el bien de las cosechas.  Parece algo desalmado e ilógico, pero cuál es el concepto detrás de esto.  En pocas palabras decirle al Creador: “No es lo que yo quiero, por favor ayúdame”.  “No es lo que yo quiero” en el acto del sacrificio histórico sería darle a la virgen o a la criatura; con ello se somete uno al designio y la voluntad divina (que no es otra cosa más que el deber ser de toda la creación) “Por favor ayúdame”, se solicita un bien a Dios a cambio del sacrificio.
 
La sabiduría de la vida humana radica en saber cuándo dejar pasar las cosas y cuándo no, lo que algunos religiosos antiguos orientales llamaban “EL DESAPEGO”.  Dejar de ser o querer (someter el EGO) para el bien propio y/o de todo lo restante. Y “todo lo restante” involucra el orden de las cosas, el deber ser.  El sacrificio no es válido si no involucra alguna forma de desapego, si no se hace en función de uno y/o de algo y/o de alguien más, y si no se ofrece  a Dios.  Desistir de un evento que nos causa algún grado de satisfacción, para bien de otros, en nombre de Dios.  Es preciso ofrendar el dolor que obtenemos en la vida, a quien nos la dio  (no digo a quien nos dio el dolor, porque el dolor es producto de nuestras propias decisiones)  En resumidas cuentas, pareciera que vivir se reduce al mero acto de fluir según el orden que no corresponda a cada momento.  Lo cual, bajo ninguna circunstancia implica que si no alteramos ningún orden ajeno, nadie vendrá a alterarnos el nuestro. El que altere nuestro orden sufre una responsabilidad de índole personal; pero sí es nuestra responsabilidad, el cómo reaccionemos en función de dicha alteración. Tal correlación define la responsabilidad de vivir, vivir de acuerdo al deber ser, aceptando cualquier afectación externa  como parte de la integración del individuo a la colectividad que denominamos CREACIÓN (la humanidad y todo lo que le rodea)  Sin  implicar un acto violento, de hostilidad, de humillación, sometimiento, daño o muerte como efecto de la adaptación a dicha afectación externa, en contra de quien la produjo (considerando que quien la produjo, sufrirá como responsable único, las consecuencias pertinentes al restablecimiento del nuevo orden que generó su acción)  Dicho en palabras sencillas, habrá que vivir pidiéndole a Dios entendimiento a cada momento, y ofreciendo a modo de sacrificio cualquier sufrimiento o dolor que esto involucre.  ¡Menuda tarea para nuestro ego!  Creo que es un asunto de disciplinar la mente, las emociones y la carne, sometiendo al individuo a su Creador y a la Creación.  Este tipo de sacrificio, que yo denomino en la teoría: “Hacedor de vida”, dista mucho de dejar de comer pescado en semana santa, ayunar, privarse del sexo, bebida o música.  Pero tampoco estoy por la labor de criticar a los demás.  Sólo es cosa de reconocer la existencia de Dios y aceptarnos debajo suyo y parte de su creación.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario