La vida es...

La vida es un regalo divino, no un préstamo humano.

sábado, 4 de junio de 2011

La esencia más sublime (9 Diciembre 2010)

           Sólo hay que caminar, para percibir la grandeza de la creación y en consecuencia del Creador.    Precisamente en las cosas pequeñas y simples, se aprecia mejor lo grande y complejo de la creación. Por esa habilidad del Creador de poder ser pequeño, aún siendo tan grande; o de ser tan grande, aún haciéndose pequeño. Si pudiéramos eliminar la insuficiencia mental que nos caracteriza como especie, apreciaríamos la magnificencia de la Creación en una hormiga, en una planta, en el aire, en la sonrisa femenina. Tal vez liberando los frenos de nuestro propio raciocinio, bajando el ego, con humildad y respeto, descubriésemos a Dios en todo lo que existe. Viviríamos con un poco más de respeto hacia lo que nos rodea y hacia nosotros mismos. Entenderíamos que en proporción a todo lo demás, los humanos no somos tan grandes como creemos. Tal es, tal ha sido y seguirá siendo la falla principal del razonamiento. Habría que dejar de vernos encima de las cosas, ni  por debajo de ellas, sino como parte de todo. Parte de todo lo que existe (parte de Dios) sin romper el orden, sin depredar, deforestar o dañar lo que nos rodea, incluyendo, desde luego y principalmente a nosotros mismos.
 
            Teniendo la capacidad de ver al Creador y vivir su Creación desde adentro, sin sentirnos tan “aparte” tan “diferentes” tan “extraños” o ajenos a ella, no sería necesario practicar el culto a la personalidad y el tributo al sometimiento en los que se han convertido muchas de nuestras religiones. Si tuviéramos la entereza de renunciar a nuestro supuesto protagonismo en la creación, aceptándonos como parte de “algo infinito”,  tal vez terminaríamos aceptando la vida eterna a través de ello, en lugar de acercarnos irremediablemente a la prematura muerte del individualismo. Tener la madurez espiritual para entender que “El Creador” se manifiesta a veces como un “Sí” y otras veces como un “No”, sin correr a reinventarlo a imagen y semejanza nuestra, invirtiendo el orden existencial, creando dioses al rigor de nuestra concupiscencia. Tal vez estemos tan maravillados con los logros de nuestro intelecto, que nos resulta imposible apreciar lo que hemos dejado de ganar como especie. Habiendo podido desarrollarnos aún mucho más, hemos desperdiciado el “Libre albedrío”, eligiendo el suicidio de la especie en lugar de su renacimiento.
 
            Cuando el hombre acoge la disposición de intentar concebir a Dios en toda su magnitud, empieza a percibirse a sí mismo, al resto de los hombres y al mundo que lo rodea a la medida de sus justas proporciones. Las diferencias entres sí mismo y el prójimo se anulan porque se observa todo desde el mismo plano, y terminamos reconociéndonos como parte de dicho plano. Claro está, que semejante percepción “niveladora”, ofende a quienes se creen superiores. Que de hecho no lo son, porque algunos hombres piensan que son superiores a otros, no porque no necesiten respirar, sino porque respiran mejores olores. Algunos hombres se creen superiores a otros, no porque no necesiten comer, sino porque pueden comer mejores alimentos. Algunos hombres se creen superiores a otros, no porque no necesiten del sexo, sino porque pueden tener sexo con especimenes más deseados. Algunos hombres se creen superiores a otros, no porque no puedan morir, sino porque los pueden enterrar en un hueco más elegante. Finalmente, todos necesitamos hacer lo mismo y todos terminamos haciendo lo mismo  (respirar, comer, morir, copular) Pero tal parece que la humanidad actual ha fijado su grandeza en diferencias de forma, e inclusive, se esclavizan a otros hombres, mata y se mata por ellas. Pero todas estas tan trágicas como pequeñas diferencias, se anulan al concebir a Dios. Porque Dios, que no es cuestión de forma sino de esencia, la esencia más sublime, libera al hombre de sí mismo, de los demás y de lo demás.

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